La capacidad de amar
Mucho se ha escrito en torno al amor y la capacidad de amar desde tiempos inmemoriales. Si bien, es cierto que este ha ido ajustándose a los modelos sociales y culturales imperantes, se siguen arrastrando ciertas sinergias de épocas pasadas.
A pesar del enfoque mercantilista del amor en la actualidad, aún existe cierta cadencia romántica en la manera en la que enfocamos nuestras relaciones. ¿Por qué?
A lo largo de este post, intentaré poner algo de luz sobre una de las cuestiones que más quebraderos de cabeza nos produce.
El motivo no es baladí, el amor y la capacidad de amar a otros es una de las motivaciones íntrinsecas más arraigagas en los seres humanos según la psicología humanista, y no solo eso, sino que es una poderosa fuente de felicidad y de transformación interior.
Los seres humanos tenemos dos grandes motivaciones fundamentales: desarrollarnos o autorrealizarnos y ser amados.
A veces ocurre, como decía el psicólogo, Carl Rogers, que estas necesidades básicas resultan incompatibles entre sí debido, en gran parte, a lo que él llamaba los condicionamientos del amor. Es decir, las numerosas condiciones que hay que aceptar para que podamos recibir el amor de los demás.
El Amor con condiciones
Estos condicionamientos, pueden ser tan sutiles que en ocasiones pasan inadvertidos. Sea cual sea, el amor que recibimos de los demás depende de las condiciones que los otros nos imponen para ser merecedores de su amor.
Aceptar el amor condicionado de los demás puede llegar a significar, en mayor o menor medida, la renuncia a ser uno mismo.
No todos hemos superado la etapa que confunde el amor con la seguridad. Y si nos vemos obligados a elegir entre el amor que nos da seguridad o la expresión de nuestro ser esencial es muy común, que como niños asustados, elijamos lo primero.
Priorizar la seguridad sobre el amor implica, exigir al otro el cumplimiento de un acuerdo equitativo entre partes, basado en un altruismo recíproco evolutivo, o lo que es lo mismo, un pacto interesado de intercambios mutuos, dirigidos a satisfacer nuestras necesidades y/o deseos.
Esto, en mi opinión, lejos de ser amor es otra cosa. La letra pequeña del acuerdo que destaca Elsa Punset, en su libro Inocencia Radical y que nadie te ha contando, pero que late implícitamente en cada acuerdo amoroso, es esta:
-
Te elijo porque parece que puedes cumplir mis expectativas y satisfacer mis necesidades, y a cambio estoy dispuesto/a a satisfacer las tuyas.
-
Tengo derecho cuando quiera a pedir pruebas de que éstas cumpliendo con tus responsabilidades hacia mí.
Así confundimos, en un cóctel explosivo, lealtades, responsabilidades, inseguridades, miedo y amor.
A tenor de las estadísticas y de la experiencia humana, rara vez resulta efectivo. No es de extrañar, por otro lado, dado que la carga que depositan o depositamos en nuestra pareja sea tan pesada que desencadene en un lógico resentimiento y/o sentimiento de impotencia.
El No Amor
Las relaciones, bajo este prisma, se convierten en fuente de expectativas mutuas y, por tanto, de mutuas decepciones.
No es natural ni sano, ni tan siquiera honesto, cargar al otro con necesidades propias que un adulto debería estar en condiciones de satisfacer por sí mismo. Si te encuentras en esta situación, siento decirte que has caído en las afiladas garras de la dependencia emocional.
Antaño, cuando este tipo de contrato afectivo se daba entre las personas en un contexto social sólido, la pareja podía encontrar algunas ventajas en la continuación de su alianza cuando el baño de dopamina y endorfinas menguaba y la pasión ya no cegaba.
Cambio de enfoque radical
Pero los últimos cincuenta años han marcado un cambio de enfoque radical. Ahora celebramos y admiramos, en extremo, el individualismo y el desarrollo personal, en un intento de auto transcendencia de nosotros mismos.
Ya no pensamos en la pareja como una unidad social que refuerza y nutre un tejido comunitario, sino que se ha convertido en la suma de dos individuos que aportan sus necesidades y expectativas mutuas para que el otro las alivie. Es decir, mi vida, mis deseos, mis necesidades, mis miedos, mis fracasos, “colgando en tus manos”.
En este modelo, pelín anacrónico del amor, ni el amor ni la autorrealización tienen cabida.
Porque para amar de verdad, uno tiene que auto transcenderse a sí mismo, desarrollarse en todas las facetas de su vida y alcanzar su máximo potencial, superar sus miedos, asumir sus fracasos, transcender a sus limitaciones y convertirse en la mejor versión de sí mismo, porque solo así podrá convertirse en un ser pleno, seguro y con capacidad plena para amar.
Solo desde la plenitud interior es posible el amor. Todo lo demás, es ciencia ficción…
¿Cómo o cuándo perdemos la capacidad de amar desde la libertad?
Son varios los elementos que se conjuran para cercenar la inocencia inicial que todos tenemos.
Por un lado, perdemos nuestra capacidad infantil de habitar el momento presente y, por otro, somos víctimas de modelos afectivos limitantes.
¿Por qué dejamos de habitar el momento presente?
Perdemos nuestra capacidad de vivir plenamente el momento presente, como consecuencia de la maduración de nuestra corteza cerebral, la cual nos lleva a adquirir funciones cognitivas superiores, como la capacidad de previsión, de planificación y de control. Sin duda, maravillosas funciones mentales, las cuales nos permiten construir escenarios futuros, crear, pronosticar y predecir, entre otras cosas.
Pero si se pervierten, se convertirán en generadores de nuestros mayores miedos y ansiedades, dado que nos proyectan a futuribles escenarios inciertos y a pasados lapidarios e insufribles.
Junto con el desarrollo de las funciones cognitivas superiores, perdemos la capacidad de abstraernos en el momento presente y disfrutar de este plenamente, sin pensar en nada más.
La maduración tardía de los centros de previsión situados en la corteza cerebral son los responsables de la manía adulta de ponerse siempre en lo peor, proyectándose hacia adelante y hacia atrás en un intento frenético, y en gran parte automático, por mantener el orden y la seguridad.
Ahora en la etapa adulta, el disfrute del presente solo puede hacerse de forma deliberada. Es decir, hay que entrenarse en romper los patrones de pensamiento automático que nos enredan en un perpetuo bucle que oscila entre el pasado y el futuro, de manera intermitente y descontrolada.
¿Qué modelos afectivos hemos recibido?
Cuando tememos perder lo que hemos adquirido, el cerebro centra su energía en fabricar paredes defensivas en torno a nuestro bien preciado.
Cuanto más valoramos una posesión material o emocional, cuánto más pensamos que de su mera existencia y posesión depende nuestra felicidad, mayores serán los esfuerzos del adulto para rodear y proteger aquello de lo que cree depender. En un giro perverso, es el objeto amado el que da valor a nuestra vida. ¿Por qué?
Ningún niño sensato haría esto. El niño feliz contempla los dones de la vida con gran despreocupación, admira, desea, disfruta y reemplaza. El niño feliz está seguro, -hasta que muy pronto le convencen de lo contrario-, de que el mundo está lleno de fuentes de amor.
Nuestro modelo social no está pensado para facilitar el arraigo del amor en cualquiera de sus facetas.
No obstante, el modelo afectivo que enseñamos a los niños, les lleva de una forma natural del amar inocente y libre a un nuevo modelo de amor, basado en la responsabilidad social. La responsabilidad está bien, el problema, en mi opinión, radica en que los adultos enseñan un concepto de responsabilidad social algo peculiar.
¿Amor o responsabilidad?
En el proceso de maduración de un niño, la responsabilidad supone un destreza fundamental. El problema es que, de acuerdo con la forma adulta de pensar y de sentir, durante este proceso natural y necesario no solemos recalcar al niño que el abanico de su responsabilidad personal y social puede ser todo lo amplio que desee.
No, nuestros miedos nos impulsan a acotar cuanto antes, desde nuestro propio ejemplo, que solo tienen que responsabilizarse de unas pocas personas, alguna idea, el pago de la hipoteca y poco más. Esto reduce aún más su abanico afectivo, que hasta hacía tan poco tiempo estaba aún completamente desplegado.
…Tenían un mundo por hacer, mil cosas y seres a los que poder amar… Ahora, sin embargo, hay poco que hacer y casi nadie a quien amar.
El problema además radica en que cuando reducimos la responsabilidad personal, social o emocional a estos mínimos, necesitamos señales visibles de que los responsables de nuestra felicidad podrán asumir esa carga.
Tendrán que demostrar con señales repetidas y fiables, que pueden con la ingente tarea que les hemos encomendado.
Cuando fallen, como es probable que ocurra, dado que la carga es excesiva e inapropiada, la sombra de la decepción se cernirá sobre nosotros.
¿Amor o mercantilismo?
Desde esta mirada mercantilista y pragmática del amor basada en la necesidad, responsabilidad y dependencia, la relación esta casi siempre en tela de juicio. ¿Responde el otro a nuestras expectativas?, ¿respondemos nosotros a las suyas?.
Mientras todo vaya bien, es decir, mientras el otro cumpla nuestras expectativas, la relación seguirá adelante. Pero y ¿cuándo el diálogo visible o invisible se torna amargo?. Entonces, la culpa y el reproche se instalan para quedarse…
En este tipo de amor, basado sobre el deseo urgente de satisfacción de necesidades y expectativas idealizadas, el guión está escrito: estar a la defensiva, canalizar el amor a cuenta gotas, no vaya a agotarse y requerir pruebas constantes del mismo, como garantía de que aún perdura.
Y si, por el contrario, a quienes amamos nos fallan, entonces les recriminamos, protestamos amargamente y pensamos que nos equivocamos.
Somos rehenes de un sistema de motivación que caricaturiza el amor. Y es fácil en estas condiciones que las relaciones humanas se degraden lo indecible.
Hacia un nuevo paradigma del amor
Hay dos formas básicas de amar a los demás. Desde la dependencia afectiva o desde la libertad. Como fuentes de seguridad o como fuentes de aprendizaje.
Para poder lograr experimentar el amor como un aprendizaje hay que lograr primero soltar el pesado lastre que supone agarrarse a la esperanza de que la otra persona, al fin, podrá salvarnos y podrá comprendernos completamente.
Este paso, es decir, –renunciar a que los demás nos resuelvan la vida- es difícil, incluso desgarrador, porque supone pasar una época desvalido/a en la que todavía no somos capaces de creer que todo lo que necesitamos está en nosotros mismos.
La soledad de retomar el camino de la vida desamparado puede ser difícil de sobrellevar. Pero si lo haces encontrarás protección, refugio y consuelo en ti mismo y después con el tiempo, también alrededor.
Crea un lugar interior para el amor y la amistad y encontrarás amigos y amor.
La vida no es lo que, la vida es lo que haces con ella. Clic para tuitearMiedo a la Soledad
Aquí, sin embargo, es donde se atascan muchas vidas. Es este momento, en el que hay que soltar lastre, dejar ir al otro, perdonar, asimilar, seguir adelante en soledad, donde muchos personas, presas de miedo, se paralizan.
El miedo de los seres humanos a la soledad es sin duda un reflejo atávico derivado del miedo a la muerte cuando se estaba lejos del grupo humano que reguardaba y protegía.
Pero en la sociedad moderna, la proximidad física del otro no significa ni mucho menos que tengamos su amparo físico o afectivo. El mundo está poblado de personas que están rodeadas de familiares, vecinos, amigos, etc. y se sienten profundamente solos.
Amor como fuente de transformación personal
Amar, por tanto, implica atisbar el potencial más luminoso que encierra otra persona. Cuando amamos, aceptamos de manera incondicional la esencia de una persona y le devolvemos en un sola mirada el reflejo de lo mejor que lleva en sí mismo.
El amor, por tanto, si nutre, motiva y da confianza es una gran fuente de transformación personal.
Sin embargo, solemos olvidar rápidamente lo que atisbamos cuando empezamos a querer a alguien. Se trataba de un potencial, no una realidad totalmente lograda. El amor apuntaba a algo que tenía que florecer, pero no era un cheque en blanco al portador.
Cuando presas de nuestras propias necesidades y anhelos cargamos al otro con la orden tajante de estar a la altura de todo lo que habíamos vislumbrado, ponemos una tremenda e injustificada presión sobre esta persona.
Así, el proceso de consolidación del amor requiere aceptar que cada uno está en permanente proceso de desarrollo y transformación. No se trata de admirar al otro y de cosechar sus frutos, sino más bien de contemplar sus posibilidades latentes y de facilitarle las condiciones que le permitan florecer.
Si quieres adentrarte en un nuevo paradigma del amor, descárgate mi recurso gratuito, con el que aprenderás a través de un sencillo método, validado científicamente, como puedes mejorar tus relaciones personales y construir relaciones más positivas y significativas.
Sencillamente amirables todas y cada una de las acertadas reflexiones que entrelazas para dar forma a este post.
Me ha encantado, gracias.
Muchas gracias!. Hacía un nuevo paradigma del amor…😊